Era el 24 de mayo de 1993. Por fin se organizaba el primer debate electoral televisado en nuestro país. Con mucho retraso con respecto no sólo a EEUU sino también con otros países europeos, sí, pero nuestra historia democrática no había permitido muchos alardes en este sentido y una vez "asentada" y tras una época en la que en los platós se discutía sobre todo y entre todos en un ambiente de franca competencia pero de cierto respeto (recordemos ejemplos clarísimos como "La clave", "Cara a cara" o "Debate"), los políticos habían cogido miedo a eso de enfrentarse ante las cámaras. Pero aquel año el candidato del PP, José María Aznar, no tenía nada que perder y el del PSOE, Felipe González, necesitaba una limpieza de imagen. El presidente del Gobierno pensaba que aquel contendiente sería fácil de lidiar y podría demostrar, una vez más, que sabía cómo encandilar con sus palabras. Eran los responsables máximos de los dos partidos mayoritarios, a Julio Anguita (Izquierda Unida) ni siquiera se le invitó a la fiesta.
Aquel era el momento preciso y tras muchas negociaciones se empezó a vislumbrar la posibilidad de que esa vez habría batalla verbal. Pero no iba a ser en el escenario lógico, la televisión pública. Fueron las privadas las que se llevaron el gato al agua (¿en compensación de qué?) y, por lo tanto, deberían ser dos encuentros y no sólo uno. Valerio Lazarov quería que el primero fuera en Tele 5 (así se escribía entonces) pero alguien le convenció de que el segundo tendría más audiencia. Finalmente sería Antena 3 la que organizaría esa primera cita y la titularon tal cual, "El Debate", ¿para qué darle más vueltas? Lo moderaría Manuel Campo Vidal, que había sido director de los informativos de la cadena hasta ese mismo año pero que ya estaba inmerso en la creación de su Canal Internacional.
Jesús Hermida presentó el programa previo en el que se explicaban las arduas negociaciones que habían sido necesarias para llegar a ese punto. Los asesores de ambos partidos habían estipulado una cantidad absurda de exigencias que despertaron el morbo de la audiencia. Nos enteramos de que el estudio debía tener una temperatura de 20º para que los contendientes no pasaran frío pero tampoco calor y evitar así el riesgo de sudar (habían aprendido del error de Nixon contra Kennedy). La altura de las mesas y las sillas también fue medida, la colocación de las cámaras y, por supuesto, de las luces. El decorado no debía tener colores fuertes que distrajeran la atención ni tener nada que recordara mínimamente a los símbolos de cualquiera de los dos partidos. Vimos en aquel especial cómo los pintores del estudio daban los últimos retoques ante los encargados políticos tras las pruebas de cámara. En realidad eso se debió a que los consejeros socialistas al ver que predominaba el azul exigieron que se difuminara porque aseguraban que era una clara alusión al color del partido contrario.
El fondo que tendría cada uno de los rivales sería similar, se combinaban los azules, los verdes y los amarillos sobre un ciclorama en el que un relieve con el logo de la cadena destacaba en el plano medio pero se perdía en el primer plano. Estaban enfrentados pero no frente a frente, las tres mesas formaban un triángulo que también recordaba al logo pero que, sobre todo permitía una mejor realización. Sin embargo, nadie tuvo en cuenta un detalle: si uno de los debatientes decidía dirigirse al presentador en vez de a su adversario se producía un salto de eje, es decir, que si se pinchaban los planos de uno y otro seguidos parecía que José María estaba a la izquierda de Felipe y no enfrente y viceversa. Desgraciadamente esa situación se produjo varias veces y encima daba la impresión de que no querían verse las caras.
Olga Viza tomó el relevo de Hermida, que estaba en el control de realización, desde la entrada al plató. Ella fue retransmitiendo la llegada de los aspirantes a la presidencia desde un atril, explicando que antes tenían que pasar por maquillaje y que además dispondrían de un tiempo en sus respectivos camerinos para los consejos de última hora de sus asesores. El protocolo de llegadas y de reparto de turnos había sido estipulado previamente incluidas las pausas para la publicidad que serían aprovechadas para nuevas consultas, como si aquello fuera un ring y los consejeros sus sparrings. La entrada al estudio fue de una gran emoción, un momentazo televisivo. La grúa captó la entrada de los oponentes y a toda velocidad nos mostró que aquel ruido extraño que escuchábamos en casa se debía a la multitud de fotógrafos que habían sido acreditados para captar el histórico encuentro. Olga daría paso a una primera pausa que serviría para desalojar del plató a los periodistas gráficos, en el estudio sólo se quedarían los técnicos imprescindibles para no "desconcentrar" a los políticos, todo era tan emocionante como exageradamente solemne. Y acartonado, pero eso lo sabríamos después.
El debate estaba dividido en cinco bloques: nacional, internacional, social, económico y educativo. Los tiempos estaban medidísimos y el moderador apenas podía intervenir, simplemente repartía turnos y controlaba que los tiempos se igualaran. Después de tanto esperar, el público, el votante en definitiva, se sintió un poco engañado, aquello no era un debate, era un monólogo por parte de cada uno de ellos y el presentador ni siquiera podía hacer su trabajo y redirigir, repreguntar. Pero como no estábamos acostumbrados, aquello ya nos pareció un avance. Hubo destellos de un verdadero debate cuando González y Aznar se salían de su papel. La ofensiva inesperada del líder del PP ante un desprevenido (y después supimos que agotado) dirigente del PSOE nos hizo vislumbrar sus verdaderas personalidades.
9,6 millones de espectadores siguieron el combate dialéctico, un récord para la cadena que sería superado una semana después en Tele 5. Al finalizar Felipe se apresuró a acercarse a su oponente para darle la mano, un gesto que no parecía estar previsto puesto que al realizador le pilló desprevenido con un plano general y con Campo Vidal acercándose a ambos y tapando el apretón. Del siguiente round, ya hablaremos...
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